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Por culpa de la vaca

Por Carol Yanet Chuquizuta Granados

Cuando era pequeña, mi abuelo Panchito me decía que no tomáramos dicho sendero desde su chacra porque había una serpiente gigante de color plata.

Veinte años después, opté pagar por una 4×4 para llevarme a soportar horas de trocha y así conocer a dicho animal.

Luego de más de 30km desde la ciudad natal del abuelo, entre caminos fangosos, abismos con neblina, pero sin dejar de lado esa vista verde de la ceja de selva,llegamos a Huaylla Belén o Valle de Belén, como algunos dicen. Entonces comprendí las palabras del abuelo.

Un río de meandros atraviesa sus 700 hectáreas de una manera tan fenomenal que es casi imposible de creer. Sus aguas cristalinas te hacen querer saber de dónde proviene o a donde va a dar a parar.

Y ahí estaba yo, acompañada de mi familia, presta a tomar las mejores fotos. Pasé mis dedos en mi cabello para peinarlo, y puse el obturador de la cámara en su mejor posición.

Entonces, llegó ella, tan dominante, tan segura de sí. Creí que iba a derrumbarme y cuando menos me di cuenta, ya me había arrebatado la bolsa de la mano.  Ahora esa vaca pinta era la dueña de mi bolsa de viaje. Mi dinero, mis provisiones, mi celular y hasta los souvenirs que compré en un pequeño caserío que estaba en ruta.

Me sentí como víctima de ladrón citadino, no sabía si correr tras ella, gritar o llorar. Me quedé ahí parada, impotente. La vi alejarse y dentro de mi decía: “Pobre animal”, “Quizá no haya comido”, “Quizá crea que es sal”.

El cómo reaccioné después, nunca lo entenderé. Yo sólo pensé en hacer trampa. Así que le pedí unos trozos de pan a mi hermano menor, y ahí estaba yo, sembrando la trampa para que pique el ratón, que era más bien una vaca.

Y así fue, picó el pan y aproveché para tomar lo que era mío y salir corriendo como niña traviesa, con el pensamiento muy claro sobre quién es dueño en esos dominios y lo costoso que es recuperar lo que un animal ya da por suyo.

Aun así, no me arrepiento de llegar ahí y algún día volveré, quizá ahora con mi hijo. – “Esa es la provincia de tu tatarabuelo” le diré y me sentiré orgullosa. Obvio que no le contaré lo de la vaca.

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