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Paz en Gardiner

Por Rosa Gabriela La Rosa Véliz

Creo que el alma del viajero es la más difícil de entender. Carece de ataduras, de restricciones, no conoce de fronteras. No se visita simples ciudades ni rústicos pueblos, se vive experiencias únicas e irremplazables, donde uno encuentra al fin su lugar, al nutrirse de extrañas culturas, de diferentes tipos de gente, de otras mil realidades muy ajenas a la cuna. Esa necesidad por conocer cada rincón del mundo, esa sensación es el aliciente perfecto que mantiene al alma libre dentro de las rígidas estructuras de la sociedad: estudiar, trabajar y esforzarse por volar.

Mi último viaje fue a un pueblo de Estados Unidos, silencioso y desolado en los vientos de invierno. No puedo describir cómo es Gardiner, pero sí puedo contar qué me hizo sentir: paz. Pensé que era uno de los mejores lugares para relajarse, para disfrutar de la naturaleza. Este viaje fue especial, porque alquilé un carro para manejar a lo largo del parque de Yellowstone. Mi madre fue mi compañera y mi copiloto en esa aventura, porque así fue. Yo nunca había manejado tantos kilómetros, ni lidiado con los problemas de un auto averiado.

A mi madre y a mí nos sucedieron los inconvenientes que cualquier persona hubiese deseado no tener. El carro se recalentó. El pueblo parecía un lugar fantasma. La recepcionista del hotel reservado no se encontraba. No vimos animales salvajes en el trayecto de Yellowstone y el ambiente helado nos obligó a privarnos de varias caminatas en la naturaleza, pero me divertí mucho solo por el hecho de viajar y tener una compañera con quién reírme de la desgracia.

Conocí los géiseres en uno de los pocos recorridos a pie que hicimos y nos entretuvimos mucho siguiendo las huellas de las patitas de tal vez unos zorros o lobos salvajes. La incógnita nos seguirá hasta que regresemos y lo descubramos, aunque la imaginación ayuda mucho. Mi madre y yo somos expertas en crear el resto de la historia luego de visitar otros paraísos.

Todavía es demasiado pronto para comprender el nací para conocer y transmitir todo aquello que he visto y vivido, pero carece de importancia, porque el viajero seguirá viajando así cargue con una pesada mochila de prejuicios en su espalda y la sociedad continuará siendo como es, como mi madre y yo que nacimos para conocer mucho más allá de nuestra ciudad de origen.

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