Por Javier Álvarez Pecol
Ya sentado en la combi camino al hotel, la ropa mojada, el cansancio y el frío me recordaba que la aventura vivida, nunca la olvidaría. Habíamos llegado sanos y salvos de la travesía de todo el día. Una sopa caliente en la única covacha existente del lugar, abrigó los ánimos que minutos antes estaban literalmente por los suelos. Bajar la montaña empinada y cruzar los terrenos de cultivo que la circundaban, totalmente a oscuras, no estaba en los planes. La única motivación de seguir adelante fue llegar a tiempo antes que nos dejé la movilidad. Un mal paso nos zambulló en una acequia con agua que nos remojó hasta la cintura.
Caer en la zanja a ciegas no es algo para repetir y menos en un clima frío. El error fue subir tarde a la montaña. El tiempo no se detiene y nos ganó la noche. Si la bajada fue difícil, la subida fue tres veces más complicada. Un camino ascendente de 3 horas y pico nos llevó hasta la cima de la montaña, majestuosa por su manto totalmente blanco y aún vacunado de los deshechos humanos. En el trayecto cumplimos con la tradición de ofrendar al Apu, bailamos bajo la leve granizada y por supuesto, la guerra de bolas de nieve, claro que a más de uno lo golpeó nieve con algo de piedras. Todo esto fue la antesala a la llegada al paraíso blanco.
Recuerdo como una comunidad de vizcachas nos dio la bienvenida y más expresivas en la despedida. En realidad, no nos querían ahí y fuimos los últimos en salir. No voy a decir que nos persiguieron porque nadie lo creería, son criaturas tímidas y asustadizas, pero en esa ocasión se envalentonaron al parecer con el desmayo por el mal de altura de una de las integrantes del grupo. La que por cierto fue cargada y arrastrada por el guía, que perdimos rápidamente de vista por dedicarse a atender la emergencia femenina. Una vez alcanzada la cima, el sacrificio valió la pena, la nieve blanca y limpia, los bellos paisajes y el aire recontra puro es algo que no tiene precio. Prometí regresar a ese lugar, al que lo llaman Huaytapallana. Su nombre proviene de los términos quechuas wayta y pallay, y significa “lugar donde se recogen flores”.
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Linda experiencia, a veces hay personas que solo tienen presente lo negativo o algo mal q salió del viaje, sin embargo debemos ver si eso significó conocer a alguien o saber más de ese lugar o tomar un poco más contacto con la naturaleza del lugar, linda experiencia.
Excelente relato!!
Felicitaciones que narración tan amena…
Es bonito vivir de la Esperiencia eso es lo que te queda para siempre y me encantó mucho
Muy buena experiencia!!! a tener en cuenta!!!
JE
Lindo relato! Me encantó!!!
Interesante relato me encanto!!!
Viajar es una buena experiencia, más lo que llegamos a conocer y con quienes lo realizamos es lo que llevaremos en nuestro corazón siempre …. gracias por compartir me gustó
Que buen relato Javier, me metí en la historia, cuando hablaste de las vizcachas, las aluciné aventândoles copos de nieve, jeje
Felicitaciones, me encanto la historia y la experiencia positiva vivida para salir adelante ante situaciones adversas. Bendiciones